«¡Muchas
gracias por su acogida, que me ha hecho sentir en casa desde el primer
momento!». En su primer discurso en Corea, en la ceremonia de bienvenida el
Papa Francisco expresó su gran alegría por estar en “tierra de la mañana
tranquila”, y descubrir no sólo la belleza natural del País, sino sobre todo de
su gente, su riqueza histórica y cultural.
Extractos del discurso
“Mi visita a Corea tiene lugar con ocasión de la VI Jornada de la Juventud Asiática, que reúne a jóvenes católicos de todo este vasto continente para una gozosa celebración de la fe común. Durante esta visita, además, proclamaré beatos a algunos coreanos que murieron mártires de la fe cristiana: Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros. Estas dos celebraciones se complementan una a otra. La cultura coreana ha sabido entender muy bien la dignidad y la sabiduría de los ancianos y reconocer su puesto en la sociedad. Nosotros, los católicos, honramos a nuestros mayores que sufrieron el martirio a causa de la fe, porque estuvieron dispuestos a dar su vida por la verdad en que creían y que guiaba sus vidas. Ellos nos enseñan a vivir totalmente para Dios y haciendo el bien a los demás.
Un pueblo grande y sabio no se limita sólo a conservar sus antiguas tradiciones, sino que valora también a sus jóvenes, intentando transmitirles el legado del pasado aplicándolo a los retos del presente. Siempre que los jóvenes se reúnen, como en esta ocasión, es una preciosa oportunidad para escuchar sus anhelos y preocupaciones. Considero particularmente importante en este momento reflexionar sobre la necesidad de transmitir a nuestros jóvenes el don de la paz.
Esta llamada tiene una resonancia especial aquí en Corea, una tierra que ha sufrido durante tanto tiempo la ausencia de paz. Por mi parte, sólo puedo expresar mi reconocimiento por los esfuerzos hechos a favor de la reconciliación y la estabilidad en la península coreana, y animar estos esfuerzos, porque son el único camino seguro para una paz estable. La búsqueda de la paz por parte de Corea es una causa que nos preocupa especialmente, porque afecta a la estabilidad de toda la región y de todo el mundo, cansado de las guerras.
La búsqueda de la paz representa también un reto para cada uno de nosotros y en particular para quienes entre ustedes tienen la responsabilidad de defender el bien común de la familia humana mediante el trabajo paciente de la diplomacia.
La paz no consiste simplemente en la ausencia de guerra, sino que es
“obra de la justicia” (cf. Is 32,17). Y la justicia, como virtud, requiere la
disciplina de la paciencia; no se trata de olvidar las injusticias del pasado,
sino de superarlas mediante el perdón, la tolerancia y la colaboración.
Requiere además la voluntad de fijar y alcanzar metas ventajosas para todos,
poner las bases para el respeto mutuo, para el entendimiento y la
reconciliación. Me gustaría que todos nosotros podamos dedicarnos en estos días
a la construcción de la paz, a la oración por la paz y a reforzar nuestra
determinación de conseguirla.
Queridos amigos, sus esfuerzos como representantes políticos y
ciudadanos están dirigidos en último término a construir un mundo mejor, más
pacífico, más justo y próspero, para nuestros hijos. La experiencia nos enseña
que en un mundo cada vez más globalizado, nuestra comprensión del bien común,
del progreso y del desarrollo debe ser no sólo de carácter económico sino
también humano. Como la mayor parte de los países desarrollados, Corea afronta
importantes problemas sociales, divisiones políticas, inequidades económicas y
está preocupada por la protección responsable del medio ambiente. Es importante
escuchar la voz de cada miembro de la sociedad y promover un espíritu de
abierta comunicación, de diálogo y cooperación. Es asimismo importante prestar
una atención especial a los pobres, a los más vulnerables y a los que no tienen
voz, no sólo atendiendo a sus necesidades inmediatas, sino también promoviendo
su crecimiento humano y espiritual. Estoy convencido de que la democracia
coreana seguirá fortaleciéndose y que esta nación se pondrá a la cabeza en la
globalización de la solidaridad, tan necesaria hoy: esa solidaridad que busca
el desarrollo integral de todos los miembros de la familia humana.
En su segunda visita a Corea, hace ya 25 años, san Juan Pablo II manifestó su convicción de que «el futuro de Corea dependerá de que haya entre sus gentes muchos hombres y mujeres sabios, virtuosos y profundamente espirituales» (8 octubre 1989). Haciéndome eco de estas palabras, les aseguro el constante deseo de la comunidad católica coreana de participar plenamente en la vida del país. La Iglesia desea contribuir a la educación de los jóvenes, al crecimiento del espíritu de solidaridad con los pobres y los desfavorecidos y a la formación de nuevas generaciones de ciudadanos dispuestos a ofrecer la sabiduría y la visión heredada de sus antepasados y nacida de su fe, para afrontar las grandes cuestiones políticas y sociales de la nación.
El Señor los bendiga a ustedes y al querido pueblo coreano. De manera
especial, bendiga a los ancianos y a los jóvenes que, preservando la memoria e
infundiéndonos ánimo, son nuestro tesoro más grande y nuestra esperanza para el
futuro”.
Fuente: www.news.va
Twitter e Instagram:
@jovencatolica1. Dios les bendiga.
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